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Evangelio y Reflexión del 3er Domingo de Cuaresma, por Don Raúl Moreno

20/03/2022
Por: Carlos Bellido García
El párroco de La Victoria de Osuna nos hará durante esta Cuaresma un recorrido virtual sobre las lecturas y Evangelios de los días señalados para que lleguemos reconvertidos y mejorados a una esperada Semana Santa 2022
Primera lectura: Lectura del segundo libro de Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16

En aquellos días, vino esta palabra del Señor a Natán: «Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor: Cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré tu reino. Será el quien construya una casa a mi nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».

Salmo de hoy: Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29

R/. Su linaje será perpetuo.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno»,
«Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades». R/.

Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R/.

Segunda lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4, 13. 16-18. 22

Hermanos: No por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero el mundo. Por eso depende de la fe, para que sea según gracia; de este modo, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Según está escrito: «Te he constituido padre de muchos pueblos»; la promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe.

Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia». Por lo cual le fue contado como justificación.

Evangelio del día: Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Cuando José se despertó, hizo lo que le habla mandado el ángel del Señor.

REFLEXION:

Esposo de la Santísima Virgen María, patrono de la Iglesia universal y de los seminarios Nazaret, siglos I a.C.-I d.C.

En la solemnidad de San José, la liturgia de las horas nos ofrece un sermón de San Bernardino de Siena, en el cual se presenta al carpintero de Nazaret como una especie de eje entre los dos testamentos: José viene a ser el broche del Antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa.

José pertenecía al linaje de David (Mt 1, 20; Lc 1, 27 y 2, 4). Las tradiciones evangélicas discrepan al darnos el nombre de su padre, bien porque apelen a la ley del levirato, bien porque una de ellas se refiera al abuelo. Era hijo de Jacob (Mt 1, 15-16) o de Leví (Lc 3, 24). Para los cristianos no es más que un anillo en las listas genealógicas.

José es el hombre de la escucha y del silencio. Es el que, en los sueños, descubre el proyecto de Dios, como lo había hecho el patriarca José, vendido por sus hermanos (Gn 37, 6-9).

José es el creyente que, al cumplir la Ley del Señor, descubre la llegada del tiempo del Espíritu de Dios. José es el padre que, al buscar a su hijo perdido, descubre el misterio de la paternidad de Dios.

El hijo del carpintero

Después del viaje a Jerusalén en el que Jesús se manifestó a los doctores de su pueblo, toda la familia volvió a Nazaret. Continúa el silencio. El texto evangélico resume aquellos años en una escueta observación: “Jesús vivía sujeto a ellos. Progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”, (Lc 2, 52). Si María guardaba todas estas cosas en su corazón, es de suponer que también José meditara en su interior los acontecimientos, ordinarios y silenciosos, que se desarrollaban ante sus ojos.

José de Nazaret es calificado por los Evangelios como un tecton, un artesano de la madera. Era un carpintero e hizo de Jesús un carpintero, como sabemos por los comentarios que la gente le dedica cuando, ya adulto, vuelve a la aldea de su infancia: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3).

Otra tradición evangélica recuerda estos detalles de la familia al presentar la misión profética de Jesús “Al comenzar su vida pública tenía unos treinta años, y era según se creía hijo de José” (Lc. 3, 23). A continuación, Lucas incluye la genealogía ascendente de Jesús.

Sus orígenes y actividad son también evocados en la presentación que de él hace Felipe a Natanael: “Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45). Esas palabras nos han parecido siempre una primera confesión de la fe cristiana. La búsqueda de los hombres, tema característico del Antiguo Testamento, termina en Jesús. Él es el anunciado por la Ley y los profetas. Pero el esperado no es un ser evanescente, tiene raíces personales y locales. Ante las desviaciones, demasiado espiritualistas, de algunos cristianos de los primeros tiempos era preciso afirmar la realidad encarnada del Verbo de Dios. Y entre otros procedimientos, el evangelista apela también al de su filiación y al de su lugar de origen. Creer en el Verbo de Dios exige identificarlo con el hijo de José de Nazaret.

José era considerado corno una prueba de la humanidad del que se proclamaba Camino, Verdad y Vida. Nazaret se convertía así en una especie de “lugar teológico”.

Estos orígenes no fueron olvidados por el Maestro. Jesús volvió un día a su tierra y a su aldea. Enseñaba el sábado en su sinagoga, de tal manera que sus vecinos decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacob, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto? Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les dijo: “Un profeta sólo en su tierra y en su casa carece de prestigio”. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe» (Mt 13, 54-58).

El estilo de las escandalizadas admiraciones nos hace suponer que seguramente José no vivía ya por entonces. Pero su paternidad seguía siendo una referencia obligada para Jesús. Y un escándalo. Ya no por el modo de su nacimiento, sino por la imposibilidad aparente de que el hijo del artesano pudiera presentarse como un profeta, como tal profeta. Los hermanos y hermanas de Jesús pueden muy bien ser parientes cercanos, miembros de la familia amplia con la que Jesús había transcurrido su niñez.

José ha pasado en silencio por las páginas evangélicas. Es sólo —y nada menos— un creyente que presta atención al Dios que se le muestra en los sueños, que se admira ante la presencia del misterio en su hijo, que pasa a su hijo la herencia mesiánica de David y la raíz de humanidad que él ha querido abrazar para siempre.

¿Qué sentido podrían tener sus palabras ante aquel que era la Palabra hecha carne en su propio hogar?

NOS PREGUNTAMOS:

¿Cómo escucho la llamada de Dios? ¿hacia dónde nos lleva la llamada de Dios? ¿a qué proyecto somos llamados?

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