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Evangelio y Reflexión del 5º Domingo de Cuaresma, por Don Raúl Moreno

03/04/2022
Por: Carlos Bellido García
El párroco de La Victoria de Osuna nos hará durante esta Cuaresma un recorrido virtual sobre las lecturas y Evangelios de los días señalados para que lleguemos reconvertidos y mejorados a una esperada Semana Santa 2022
Primera lectura: Lectura del Profeta Isaías 43, 16–21

Así dice el Señor, que abrió camino en el mar que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?

Abriré un camino por el desierto ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

Salmo: Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6

R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.

Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares. R.

Al ir, iban llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas. R.

Segunda lectura: Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 3, 8-14

Hermanos: Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía –la de la ley–, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo.

Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el premio.

Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Evangelio del día: Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

–Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?.

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

–El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oirlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.

Jesús se incorporó y le preguntó:

–Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó:

–Ninguno, Señor.

Jesús dijo:

–Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

REFLEXIÓN:

El pasaje de la mujer adúltera (muy probablemente un texto de Lucas que en el trasiego de la transmisión de los textos pasó al de Juan), es una pieza maestra de la vida; es una lección que nos revela de nuevo por qué Pablo hablaba así al haber conocido al Señor. Porque, aunque el Apóstol se refería al Señor resucitado, en ese Señor estaba bien presente este Jesús de Nazaret del pasaje evangélico. El libro del Levítico dice: si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte (Lv 20,10); y el Deuteronomio, por su parte, exige: los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos (Dt 22,24). Estas eran las penas establecidas por la Ley.

No tendríamos que dudar de que Dios esto no lo ha exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso estos castigos como exigencias morales. Jesús no puede estar de acuerdo con ello: ni con las leyes de lapidación y muerte, ni con la ignominia de que solamente el ser más débil tenga que pagar públicamente. La lectura “profética” que Jesús hace de la ley pone en evidencia una religión y una moral sin corazón y sin entrañas. No mandó Jesús buscar al “compañero” para que juntos pagaran. Lo que indigna a Jesús es la “dureza” de corazón de los fuertes oculta en el puritanismo de aplicar una ley tan injusta como inhumana.

Vemos a una mujer indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde estaba su compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí, pero para Dios, y así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer la vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia.

Los poderosos de este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y castigar. Pero el Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su misericordia. Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la misericordia y en el amor consumado. Es ahí donde Dios se siente justo con sus hijos. Presentimos que en la conciencia más personal de Jesús se siente en ese momento, sin decirlo, como el que tiene que aplicar la voluntad divina. Lo han obligado a ello los poderosos, como en Lc 15,1 le obligaron a justificar por qué comía con publicanos y pecadores. Jesús persona su pecado (¡que nadie se escandalice de su permisividad!), pero de qué distinta forma afronta la situación y el pecado mismo.

Jesús escucha atento las acusaciones de aquellos que habían encontrado a la mujer perdiendo su dignidad con un cualquiera (probablemente estaba entre los acusadores, pero él era hombre y parece que tenía derecho a acusar), y lo que se le ocurre es precisamente devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios constantemente con sus hijos. Así se explica, pues, aquello que decía el libro Isaías de que todo quedará pequeño con lo que Dios ofrecerá a los hombres.

Son estas pequeñas cosas las que dejan en mantillas las actuaciones del pasado, aunque sea la liberación de Egipto. Porque el Dios de la liberación de Egipto tiene que ser eternamente liberador para cada uno desde su situación personal. Eso es lo que sucede en el caso concreto con la mujer del pasaje evangélico de hoy. De nada le valía a ella que se hablara del Dios liberador de Egipto, si los escribas, los responsables, la dejaban sola para siempre. Jesús, pues, es el mejor intérprete del Dios de la liberación que se apiada y escucha los clamores y penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin misericordia.

¿Qué significa “el que esté libre de pecado tire la primera piedra”? ¿Por qué reacciona Jesús así? No podemos imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso adúlteros. ¡No es eso! Pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si todos somos pecadores, ¿por qué nos somos más humanos al juzgar a los demás? No es una cuestión de que hay pecados y pecados. Esto es verdad. Pero por muy simple que sea nuestro pecado todos queremos perdón y misericordia.

Los grandes pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios exige la muerte. Por tanto, deberíamos hacer una lectura humana y teológica. Toda religión que exige la pena de muerte ante los pecados… deja de ser verdadera religión porque Dios no quiere la muerte del pecador. Esto debería ya ser una conquista absoluta de la humanidad.

Antes de entrar en la gran semana de nuestra Redención, el quinto domingo de Cuaresma nos ofrece, en sus lecturas, esa dimensión inaudita e irrepetible de lo que es el proyecto de salvación sobre nosotros. Del libro de Isaías, de la carta a los Filipenses y del evangelio de Juan emanan los tonos más íntimos del proyecto de Dios que quiere renovar todas las cosas, que perdona hasta el fondo del ser sin otra contrapartida que la mejor disponibilidad humana.

Acudamos a la Santísima Virgen María que es para nosotros Maestra de la Pascua, que seguro que encontramos en ella razones para ver que Dios nos ayuda a mantener en nosotros una vida Justa y Piadosa que nos muestran las condiciones que nos llevan a vivir en una Pascua continuada.

NOS PREGUNTAMOS:

¿Qué nos queda para que vivamos una verdadera Pascua? ¿a que me ha ayudado el vivir una Cuaresma llena de ejercicios de Piedad Popular?, ¿Qué significa en mi vida la Pascua? ¿Qué me aporta?

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