Crónica de Manuel Villar González y galería fotográfica de Pablo Rodríguez
Puede parecer un día triste, que no deja de serlo, pues así lo indican las Sagradas Escrituras. Cristo ha muerto en el primer plenilunio de la primavera y en la antesala del Domingo de Pascua, donde culmina la Semana Santa y esperamos el momento más importante de todo lo que hemos vivido durante estos días, la Resurrección. Sin ella nada tendría sentido, todo hubiera sido en vano y el descenso al abismo nunca se convertiría en la explosión de alegría que deben sentir y vivir nuestros corazones llegado este momento y después del júbilo de unos días tan grandes.
Osuna se convirtió en el mejor escenario para la escenificación, en una jornada donde hasta la reforma litúrgica acometida por el papa Pío XII, se denominaba “Sábado de Gloria”. ¿Acaso no es la gloria, con la dulce e infinita mirada de María Santísima en su Soledad y Amargura, la que transita por las calles de la Villa Ducal?. ¿Acaso no es la gloria misma, con la más absoluta de las elegancias, el Señor Yacente con toda su majestuosidad, procesionar por el río de calles históricas y monumentales de nuestra ciudad?. ¿Acaso no es gloria bendita, ver a tantos jóvenes al lado de una hermandad y portar o cargar el símbolo perfecto del triunfo de la vida sobre la muerte?
Es gloria, y permítanme la expresión, aun siendo consciente de que debe ser un día de silencio, meditación y donde además hasta el momento de las “vigilias”, no hay celebraciones eucarísticas. Ella vino para llenarnos de Gloria, lo hizo un 8 de Diciembre de hace ya más de 14 años, lo hace cada vez que la visitamos en su casa del antiguo convento jesuita, lo hace cada vez que el sol ilumina la cara de la Reina de los Cielos en tarde de Sábado Santo, donde la gracia de una mirada única se derrama en la eternidad más profunda del corazón de quien es capaz de alcanzar tal grandeza.
Así se escribe la historia un año más y así la protagonizó, partiendo desde la antigua Iglesia de las Clarisas, la Hermandad del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo en el Misterio de su Muerte y Resurrección, María Santísima en su Soledad y Amargura, Triunfo de la Santa Cruz y Nuestra Señora de la Cabeza, en la tarde que antecede a la noche de las “siete lecturas”.
La elegancia y el clasicismo de una sobria Cruz de Guía, tres magníficos pasos, la belleza y el estilo de sus flores, la armonía de las más bellas notas musicales a cargo de la Banda de Música “Villa de Osuna”, “Santa Ana” de Dos Hermanas, junto al Trío de Capilla, a las órdenes de Antonio Cuevas, Manuel Quirós y Francisco Miguel de la Ossa, Juan Fernández y Eduardo de la Ossa, junto a Antonio Arce y José Antonio Carmona, pusieron el broche más perfecto, al conjuro de elementos, al último desfile, la última estación de penitencia, el último recorrido, los últimos y definitivos suspiros…
Así se fue un Sábado Santo más, dejando en nuestras retinas, desde que el Domingo de Ramos la cruz de Juan Manuel Pérez traspasó el umbral de Santo Domingo, la expresión más hermosa que Osuna cada año jamás imagina, alumbrando a todos con un testimonio único de Fe, de Esperanza y de Vida.
Manuel Villar González