La Hermandad del Santo Entierro no pudo realizar su estación de penitencia debido a la lluvia
Escribo este artículo en la hora nona donde Jesús muere en la Cruz. Es tarde de un Viernes Santo, donde los cielos y la tierra lloran en una Semana Santa atípica, diferente y al mismo tiempo difícil, pues son muchos los sentimientos que se agolpan en el corazón tras una intensa semana, donde la mayoría de nuestras hermandades no han podido hacer estación de penitencia.
Escribo invitado por mi amigo y director de El Estandarte, Carlos Bellido, para hacer una crónica del Sábado Santo, una crónica resumen de un acontecimiento del que no sé si las condiciones meteorológicas permitirán dar testimonio de fe pública en las calles de nuestra ciudad. Llueve intensamente, y no cesa de caer agua desde los cielos que cubren mi pueblo, unos cielos que hemos mirado incesantemente y con clemencia en algunos momentos, deseando que apareciera la luz y la claridad que necesitamos, para que del mismo modo lleguen a nuestros corazones, melancólicos y sedientos del brillo de los ojos de una dolorosa iluminados con la más hermosa candelería, y las manos que abrazan una cruz bajo un monte de claveles donde estalla la primavera.
Primavera, primavera que da sentido a todo lo que acontece, donde todo nace y florece de nuevo, donde todo es igual y al mismo tiempo diferente, acaso “Él no hace siempre todas las cosas nuevas…” Es la primavera, quien cada año y este más, la que arranca los suspiros de nuestro corazón hecho ascuas, donde se quema el olor del incienso que precede a la nostalgia, cuando Cristo entró Triunfante y María lloró Angustiada.
Primavera, conjuro de elementos dispuestos a porfía donde Dios es el misterio y Osuna, la Jerusalén prometida. No ha permitido la primavera la dicha consumada del dolor y la alegría plena de tener a Cristo en sus calles y entre claveles a María.
Confío en que volverá a salir el sol, en el misterio de tres días donde Cristo vuelva posar Sus manos en tu corazón, donde María derrame Sus lágrimas en la profundidad de tu alma, para que en la Soledad y Amargura que experimentamos, sepamos entender que todo cobra sentido, todo, absolutamente todo, pues la Vida siempre triunfa ante la muerte, la muerte supera a la muerte, “Mors morten superávit”, porque la muerte de Cristo venció a la propia muerte y nos trajo la Salvación.
Ese es el verdadero y único mensaje. Es aquí con el pasaje y la representación de los tres pasos de mi querida Hermandad del Santo Entierro donde todo cobra sentido, donde la juventud, esa que a veces despreciamos porque consideramos que anda perdida, se rinde emocionada bajo las trabajaderas que llenan sus auténticas pasiones.
Donde un Cristo Yacente, nos invita a servir a los Cristos vivos que hay en la tierra.
Donde una Virgen, de luz inmensa en su rostro, te atrapa con Su manto y te zamarrea el corazón, derramándote Su gracia. La que arropa a un enfermo en un hospital, la que llena de esperanza al que en soledad camina, la que acaricia con forma desmedida a quien a Ella acude en momentos de Amargura.
Ese es el verdadero sentido de todo, no hay otro.
No hacen falta flores ni velas, no necesitas música ni cera.
Sigue lloviendo en Osuna, mis manos están pegadas al teclado de un ordenador, mi mente apostada bajo el dintel del antiguo convento de clarisas.
Cierra los ojos y sueña.
Sueña con una nueva primavera.
Dios que resucita y Su Madre, ya te esperan.
Llueve en Osuna, no sé si me acerqué a la aproximación de vuestro sentir, no sé si acerté, pero sí sé, que humildemente amé…
Manuel Villar González